"No sé si todo el mundo sabe que cuando uno se queda solo durante mucho tiempo, donde para los demás no hay nada se descubren cada vez más cosas por todas partes." VILA-MATAS, Enrique, Doctor Pasavento, 2005
II BIENAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO FUNDACIÓN ONCE
MIRADAS CRUZADAS: el rostro y sus identidades
Mercedes Replinger, comisaria
Como nos recuerda Elias Canetti, en sociedades, como la occidental, en que está mal vista la gesticulación y la mímica, toda metamorfosis es dificultada y finalmente completamente impedida. En nuestra cultura la libertad del rostro, en efecto, ha estado siempre restringida, se considera vulgar y poco decoroso mostrar movimientos del alma intensos, ya sean de alegría o de dolor; un temor casi patológico al gesto desmesurado, a la mueca que rompe la máscara inmutable del rostro como expresión del poder y el control sobre sí mismo que debería tener todo individuo. Una repugnancia que se fundamenta, entre otras cosas, en el temor a la locura como expresión de un desorden peligroso para la propia estabilidad. Como subraya Miguel Ángel Cortés, la sociedad se ha defendido de aquello que no comprende y por ello de lo que le aterroriza, marginándolo, ocultándolo o volviéndolo invisible: pues todo lo que aparece como diferente es “impuro” y representa un desafío para el estatus establecido. En el contexto de esta problemática relación con el rostro distorsionado del otro postergado y oculto, se inscribe el proyecto fotográfico de David Sardaña: Hay palabras que ahogan (2006), 150 tarros de cristal llenos de agua que encapsulan rostros de personas que gesticulan, chillan y hacen muecas. Se trata, dice el artista, de locos que gritan ante la angustia de la palabra mal dicha, la recriminación, la incomprensión del otro, la exclusión y, en definitiva, la falta de interés hacia lo diferente. Unos rostros que van alternando con otras fotografías, imágenes de medio cuerpo, que escenifican a través de posturas y gestos, los sentidos con los que se realiza esta incomprensión. Si tiene razón Tullio Pericoli y es la frecuentación con los otros la que modela nuestro rostro y no al revés; si no existe carácter o individualidad que no se haya forjado en la mirada que los otros nos dirigen, entonces, la obra que David Sardaña está construyendo es un peculiar autorretrato que nos dirige una mirada acusadora. En este sentido, John Berger señalaba el declive del retrato como género pictórico, precisamente, con la aparición de los retratos directos mirados de frente, de locos y desclasados de la sociedad decimonónica en la pintura de Théodor Géricault. Los rostros de los marginados, de los desposeídos, de aquellos que están fuera de sí, arrebatan cualquier confianza en la seguridad del propio rostro: cuando los examinamos a ellos, ellos nos examinan a nosotros. Precisamente este proyecto es la continuidad de otro muy similar, titulado significativamente, Ellos son nosotros. Se trata de personas diagnosticadas como enfermos mentales junto a otras como profesionales de la sanidad, voluntarios o familiares sin diagnosticar que puestos unos al lado de los otros rompen la contraposición ellos, los enfermos y nosotros los sanos. El bote de cristal es la metáfora perfecta para señalar, al mismo tiempo, el aislamiento al que han sido sometidas estas personas y el deseo desesperado que sienten por comunicar, por conectar y hacerse entender. El bote de cristal como cápsula hermética, marca una frontera, una separación entre el exterior el interior pero, al mismo tiempo, como recipiente transparente comunica y hace visibles la impotencia y la rabia. Rostros que con cada movimiento brusco, con cada mueca, parece que fueran borrando la memoria del rostro que otros le impusieron; con cada gesto ellos escriben, dibujan su propia fisionomía, rompiendo así con esa lamentable iconografía maniconial que desde finales del s. XIX y a través precisamente de la fotografía, los había reducido a un repertorio, a una clasificación por tipos de lo anormal, asociado a lo monstruoso.
Mercedes Replinger, comisaria
Con la fotografía me ocurre igual que con el teatro, me gusta o no me gusta.
En una representación guardo la compostura para no salir corriendo y en una exposición me demoro con el tipo de rótulo, el grosor de los marcos, los trípticos de presentación y otro tipo de banalidades que me hacen parecer interesado. Pero Sardaña consigue que me logre abstraer de todo eso y me centre en la imagen, pues capta mi atención de manera natural.
A veces lo veo cargar con la cámara como si fuera una piedra durante horas, pero de repente algo capta su atención, no sé bien el motivo, pero dispara y esa es la clave, el momento del disparo.
Dame la misma cámara, el mismo ángulo, y el mismo modelo y dispararé cien veces sin conseguir sus resultados.
Es la magia de ese momento que él atrapa lo que me seduce, ese movimiento inacabado, la mirada que no busca el objetivo sino a su interlocutor en la tarima...
La fotografía es un segundo y él atrapa el mismo segundo que yo quisiera atrapar.
Ramón Martínez, pintor.